Y CUANDO DESPERTÉ TU SEGUIAS ALLI
Crónica de una crónica en Coyoacán

I
3 de agosto, Centro de Coyoacán
Frío, un intenso frío que no superaría lo penetrante de mi mirada. Algunos asientos vacíos en aquella conocida cafeteria-librería coyoacanense donde se vislumbran varias parejas en pleno preludio himeneico y ciertas tertulias con pretensiones snobs. Te observo a lo lejos; aun intento recordar si leías a Proust o a Kafka; pose intelectual: pierna cruzada, café y cigarro. De fondo se distingue el 2º. Movimiento de la 9ª sinfonía de Dvorak mientras bocanadas de humo salen de tu exquisita boca tras cada sorbo de express.

Por vez primera miré tu cara: tez blanca; cabello castaño claro y largo; nariz respingada estilo semita y lentes, esos lentes que hacen buen juego con tu pose. Cruzas la otra pierna y me miras. El escalofrío no tarda en llegar, tan solo nos sonreímos…

II
La tarde era soleada pero hacia igualmente frío. Tu atuendo acorde al clima que acostumbra hacer al norte de Alemania en otoño y así me acariciabas el rostro con tu mano enguantada. Un trago a esa Spilsner oscura mientras comenzabas a recordarme cuando nos conocimos ese 3 de agosto en Coyoacán 10 años antes. Al fondo se vislumbra la Plaza de Alejandro y las estatuas de Marx y Engels como atentas comparsas de nuestra aventura mientras observan de frente la modernidad capitalista. Me besas tiernamente en los labios recordándome lo incompatibles que solíamos ser.

-¡¡Calla!!- Le espeto. - Mejor vayamos a hacer el amor nuevamente…

III
Tus manos recorrían cada centímetro de mi cansado cuerpo. Tarareabas a Gardel, tarareabas mi destino. Nuestros estómagos rebozaban de esos maravillosos panchorizos con chimichurri consumidos en plena Plaza de Mayo

-Tienes que recuperarte que mañana regresamos a la misma milonga- Me señalaste mientras tus dedos se clavaban en mis muslos recordándome que del tango no me podría salvar.

-¡Vayamos pues!- le contesto -¡Qué eres como la Maga! Ya le moviste al mate…-


IV
-¡Te odio porque odias a Simón de Bouvier!- me comentabas con esa calma que te caracteriza. -¡Eres un macho inconciente y sibarita de la soledad!- siguió conteniendo la carcajada.

-Si, y también odio a Hanna Arendt- le contesto como dándole la razón. –Las feministas no buscan igualdad sino otra verticalidad donde el “empoderamiento” esté de su lado- le insisto como buscando su enojo.

-De acuerdo- me señala. –Pero para mí eres como Heidegger: por eso te odio y por eso me gustas; pero nunca te llegaré a amar- Carecí de cualquier argumento para debatirle, tan solo callé.

En eso suena el despertador y me despierta esa acostumbrada melodía de Leonard Cohen.

-Todo fue un sueño, un éxtasis onírico- pienso ruborizándome. Sin embargo siento a alguien a mi derecha y allí estabas, mirándome con cierta dulzura.

-¿Recuerdas Coyoacán?- le pregunto como pidiendo por mi alma.

-¡Siii!!- me responde divertida. –Vayamos pues a desayunar-


V
-¿Me compra una muñeca?- me dice aquél niño sacándome de mis pensamientos. Mi primera reacción fue de asombro y la vuelvo a ver en la mesa de enfrente. Se escuchaba ya el 4º movimiento de la misma 9ª sinfonía de aquél héroe bohemio cuando se para dispuesta a pagar su café. El entorno era prácticamente el mismo y vi la fecha: 3 de agosto.

-Toma lo de la muñeca, pero llévaselo a ella- le digo al niño no sin cierta ansiedad. Al momento de mirar la muñeca me volvió a sonreír…


VI
Hace unos momentos le pedí que me ayudara a redactar nuestra historia. Esa historia que se remonta ya a 20 años desde aquél café. La sueño, la huelo y la miro con total confianza. Sé que la amo. Es por eso que el día de hoy me acompaña en mi sueño; aquella que –como me recordó Girondo- dejó de ser etérea y se convirtió en pedestre. Así que no me despierten, porque cuando lo hice, ella seguía allí…

Beto

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