PARA LA ETERNIDAD


PARA LA ETERNIDAD
I
Dos lágrimas recorren las mejillas de mi madre ante un féretro que parece recordarle el apocalipsis de una vida. La veo, quiero consolar esa enorme pena que mutuamente nos derrumba. Resulta inútil, intento demostrarle que la mas cruel desesperanza no es el temor a la muerte sino a no morir nunca. Pero mis palabras se quedan en el vacío, el eco de mi retórica se pierde lastimosamente en la profundidad de su pena. Ella no reacciona...
II
Recuerdo claramente las hermosas tardes cargadas de síncopas y claves de fa en apetitosas tertulias; recuerdo bellamente aquél primer beso mientras en la pantalla Mastroianni se regodea ante varias hermosas mujeres; recuerdo bellamente aquellas discusiones en torno a la belleza de la maldad que el mismo Baudelaire insinuaría con vehemencia. Y ahora estás allí, llorando bajo el manto de una extraña noche cuya oscuridad rivaliza con tu pena. Igualmente te quiero consolar, pero me ignoras con la misma intensidad que la lluvia que amenaza con llegar...
III
El féretro parte rumbo a su destino a cumplir con el destino trazado. Tanta tristeza vertida solo puede ser causada por alguien que verdaderamente fue amado. ¿Acaso debemos medir el amor sobre alguien por la cantidad de pena creada el día de su muerte? Extraña comparación aunque crudamente real. Persigo al féretro mientras saludo a la oscuridad, mi antigua y vieja aliada. A lo lejos se alcanza a distinguir la entrada al camposanto.
IV
Escucho las primeras paladas de tierra caer sobre el féretro en un claro arranque de conjunción terrenal mientras gruesas gotas de lluvia caen sin mojarme. Si, pareciese que el mismo cielo se solidariza contagiado por tanta pena acumulada en ese pequeño pedazo de tierra encargado de borrar todo, menos los recuerdos. El último llanto de mi madre y de los demás dan el aviso de que todo está concluido. Consumatum est y se retiran mientras intento alcanzar el cortejo pero no puedo; les grito, pero son incapaces de escucharme. La desesperación parece invadirme; soy yo y mi soledad; yo y mis soliloquios mortales. Tal vez y algún día en verdad comprenda que acabo de instalarme en mi última morada para toda la eternidad. Beto

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